Por Dr. Carlos Iannizzotto
Vicepresidente de Coninagro – Gerente de Acovi
“Nos preocupan los problemas del sector agropecuario, no sólo por sus aspectos económicos y productivos, sino sobre todo por los problemas sociales que se derivan de la expulsión de pequeños productores a consecuencia de la falta de puestos de trabajo, produciendo migración rural hacia la urbe porque las unidades productivas rurales no generan una renta que permita ampliar la producción y mantener a las familias arraigadas.
Incluso llevamos esta preocupación la semana pasada al Congreso, donde informamos y expusimos ante legisladores nacionales la realidad de las distintas Economías Regionales.
Debemos tener presente que en nuestro país el 90% de la población es urbana y que de esa población el 60% sólo están en cuatro ciudades.
Cuando consideramos el tema de la desestructuración ambiental y de la desintegración del tejido social que se está produciendo, con aumento de las sociedades marginales y las tasas de delitos, entonces nos damos cuenta que estamos tocando aspectos del problema que no se resuelven con medidas coyunturales de superficie y que van más allá del crecimiento económico. Es cuestión de justicia general y de bien común.
Hoy uno de los temas principales, que ocasiona diversos problemas sociales, es la desproporción en la participación del precio final en la mayoría de los productos agropecuarios que se comercializan en nuestro país. Tenemos nuestras economías regionales empobrecidas y descapitalizadas, fundamentalmente en el inicio de la cadena de la construcción de un producto para su comercialización; es decir, en la producción.
Una política agropecuaria debe buscar fundamentalmente un “crecimiento proporcional” de todos los integrantes de la cadena, que obviamente no surge espontáneamente del mercado, y por eso requiere una “construcción integral del sector con la participación pública privada”.
El crecimiento proporcional se va realizando por sucesivas aproximaciones distributivas, desde lo general a lo particular. Es decir, la distribución de la renta entre la producción primaria, la industria, el comercio, los servicios y los salarios. Si hay crecimiento ningún sector se debe retrasar.
Para distribuir una renta se deben “integrar las cadenas”, y es entonces cuando nos damos cuenta que cada eslabón tiene una renta distinta y que debemos construir instrumentos y mecanismos de redistribución interna. Toda la estructura de la producción ha experimentado un cambio que hace crujir la economía en sus cimientos. Actualmente las economías son asimétricas, y por lo tanto la distribución de la renta también lo es, y cada vez más.
La economía industrial y salarial, en la medida que va introduciendo tecnología y sustituyendo mano de obra, tiene como consecuencia una dificultad para generar inserción laboral. En la producción agropecuaria pasa otro tanto: cuando introducimos tecnología expulsamos pequeños productores hacia la periferia de las grandes aglomeraciones urbanas.
La integración debe priorizar los elementos sociales. Es el “eslabón primario”, el que debe ser reforzado para que participe en mayor medida en la renta de la cadena. Esto tiene que ver con el arraigo de la familia agrícola, con el envejecimiento demográfico, con la descapitalización de las unidades productivas, etcétera.
Caracterizando bien los problemas se ven con claridad los puntos que se deben ajustar para garantizar que el sector agropecuario no crezca menos que otras partes de la economía. También debemos considerar que el sector agropecuario es la “base primaria” de las actividades industriales y comerciales.
Si analizamos cómo se distribuye la renta en cada uno de los eslabones, veremos que ésta guarda una relación con la concentración de capital, que observamos en cada nivel de actividad. La mezcla de capital y trabajo es muy distinta en la actividad primaria, en la actividad transformadora, en la actividad comercializadora y en algunos servicios como los financieros. Esa conformación de “la mezcla productiva” es la que va a determinar el ritmo de crecimiento, y por lo tanto la renta de cada eslabón.
Se reproduce en las cadenas agroindustriales y agroalimentarias un fenómeno general de polarización de la renta. Es decir, en una misma actividad, los eslabones que están más cerca de la producción primaria (si hay cadena) tienden a rezagarse y los que están en la comercialización o representan otros servicios a la producción tienden a adelantarse. Esto lo vemos en todas las cadenas: la leche, el trigo, la carne, la fruta, el vino, etcétera.
En los sectores donde existe una cultura de la asociación y de la integración esas polarizaciones se ven atenuadas. Las cooperativas, por ejemplo, tienen esa cultura de la asociación, y constituyen como un puente entre las actividades económicas y las necesidades de las familias y de las instituciones que ellas conforman.
Es en ese sentido que personalidades del mundo como Bernardo Kliksberg, pionero de la gerencia social, la responsabilidad social empresaria y el capital social, y Amartya Sen, Premio Nobel de Economía 1998, en su libro Primero la Gente y en sus notas escriben sobre la posibilidad del desarrollo y la distribución de riqueza, haciendo hincapié en la capacidad de una sociedad para construir formas de cooperación.
También hemos observado que el movimiento cooperativo se constituye en la columna vertebral de la institucionalización de una estructura sectorial, que tiende a articular y representar todos los elementos que conforman un ramo de producción.
Debemos considerar los instrumentos que nos permitan distribuir la renta de la cadena entre todos los eslabones. Esto no se realiza espontáneamente, sino que se construye desde una política para el sector y desde una política económica que asegure el crecimiento proporcional después de cada expansión productiva.
Por lo tanto, debemos aplicar las medidas correctivas fiscales y en los costos laborales para mejorar la rentabilidad, pues no nos olvidemos que nuestras economías regionales son de ocupación de mano de obra intensiva.
Creemos que es hora de ir desarrollando, además, economías de doble ingreso, también llamadas de “dos factores”, en las que los productores primarios logren de su producción una “inversión” y “capitalización” en la renta de la cadena.
En definitiva, la salida pasa por proteger a los dos actores fundamentales de esta partida: el productor rural y el bolsillo del consumidor.