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En el arranque de la Fiesta Nacional de la Vendimia y ante un año atípico en lo político y económico, la industria se prepara para superar las dificultades. Por qué la salida exportador pica en punta.

Tal vez como ningún otro, el 2023 fue un año que la vitivinicultura argentina preferiría olvidar. Con un mal comienzo de cosecha y grandes pérdidas por heladas, la inflación, el dólar poco competitivo y un precio alto de la uva formaron parte del combo explosivo. Ante la nueva vendimia, según datos del Instituto Nacional de Vitivinicultura (INV), las exportaciones cayeron entre 2022 y 2023 un 25,7% mientras que las ventas en el mercado interno tuvieron una baja acumulada de 6,3%.

Durante el primer mes del año, la tendencia a la baja de los volúmenes comercializados no se ha modificado, por lo que enero de 2024 registró números negativos, tanto en exportaciones como en consumo local. Las ventas al exterior bajaron 11,2% en comparación con el mismo mes de 2023 (que ya había sido negativo) mientras que el mercado interno consumió 9,4% menos vino fraccionado que en enero del año pasado.

Más allá de la crisis económica argentina, que impacta de lleno en la compra o no de vino, lo cierto es que el vino viene con una tendencia a la baja a nivel mundial y con cambios en los hábitos de consumo que desafían a la industria desde distintos puntos de vista. En nuestro país, y en función del relevamiento realizado por el INV, la superficie total de vid disminuyó en 2.200 hectáreas (ha) en el último año. Es decir, que de 2022 a 2023 existen 63 viñedos menos con destino a elaboración.

Es que mientras las variedades para consumo en fresco o pasas tuvieron un leve incremento de 222 hectáreas (se trata de una porción mucho menor de la superficie total de viñedos implantados), las que son aptas para elaboración bajaron 2.384 hectáreas. El impacto se ha dado tanto en las tintas como en las blancas y las rosadas. En este marco, a la par que ha bajado la cantidad de viñedos, también ha comenzado a producirse una suerte de crecimiento de las plantaciones.

A diferencia de la agricultura de la zona núcleo, la vitivinicultura se caracteriza por ser minifundista. Es decir, que hay muchos productores con pocas hectáreas. Y aunque esta distinción se mantiene, según el último informe del INV, la tendencia indica que el tamaño de los viñedos (tmv) es cada vez más grande. Así, mientras en 1990 el tmv era de 5,8 ha, en 2000 fue 8 ha, en 2010 de 8,8 ha y en 2023 de 8,9 ha. “El 59,5% de los viñedos del país son menores a 5 ha y concentran el 14,3% de la superficie cultivada de vid”, detalló el INV. En el otro extremo, se observa que el 7,2% de los viñedos y el 44,3% de la superficie cultivada corresponden a superficies de más de 25ha.

En la actualidad, la superficie de vid registrada al 31 de diciembre de 2023 en todo el país es de 204.847 ha distribuidas en 23.027 viñedos. La superficie actual es un 5,9% menos (-12.903 ha) que la del año 2010. Con presencia en 20 provincias, el grueso de los viñedos y de la industria se encuentra en Mendoza (71%), San Juan (20%), la Rioja (3,5%) y Salta (1,9%). El resto está en Catamarca, Neuquén y Río Negro mientras que las provincias restantes poseen una participación mínima.

El desafío del mercado interno

El año no ha comenzado de la mejor manera ni para la vitivinicultura ni para otros sectores de la economía argentina. Sin embargo, desde el rubro apuestan por algunas puntas como una manera de comenzar la reconstrucción de lo perdido el año pasado. Por un lado, está la posibilidad que pueden traer las exportaciones si se terminan de regularizar las normas y, por el otro, la esperanza de que en el segundo semestre la crisis local comience a mermar y favorezca la compra de vino, un producto que no es de primera necesidad.

La posibilidad de exportar más

En este contexto, Fabián Ruggeri, al frente de la Asociación de Cooperativas Vitivinícolas (Acovi) expresó que dada la crisis existente y las dificultades para llegar a fin de mes, lo ideal es que el mercado interno al menos deje de bajar y, aunque no crezca, se mantenga.

Aunque cerca del 70% de la producción vitivinícola argentina se destina al mercado interno, hoy la industria pone la lupa en las ventas al exterior. Es que si bien se han perdido mercados y la falta de competitividad –inflación mediante y devaluación insuficiente- todavía se siente, la buena cosecha de este año y un tipo de cambio competitivo hacen que las exportaciones se conviertan en “la” salida de 2024.

“La gran posibilidad que tenemos es la exportación, incluso el mosto promete una buena tracción este año”, subrayó Ruggeri. Hay que tener en cuenta que el mosto cayó estrepitosamente en 2023, debido a la falta de uvas. Además, este año Rusia puede ser una puerta para los graneles argentinos, debido a que Europa les ha aumentado los aranceles y eso facilitaría el ingreso del vino local. Los vinos fraccionados de gama media son los que más perdieron el año pasado en medio de una fuerte competencia global.

Con la normalización del giro de divisas y la posibilidad de comenzar con los cumplimientos de los contratos, pagos y promociones, es probable que con tiempo comiencen a recuperarse los mercados. Tanto Bressia como Ruggeri apuestan por la salida que puede implicar la exportación, aunque destacan que si las condiciones macro persisten, será difícil. “Con un dólar devaluando (sic) al 2% mensual y una inflación de al menos 10%, en tres meses volvemos a quedar afuera”, advirtió Ruggeri.

NOTA DIARIO MDZ

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