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Análisis Económico y Social de la Argentina 2003 – 2013

Prólogo

Desde hace ya algunos años, desde la Asociación de Cooperativas Vitivinícolas Argentinas (ACOVI), venimos trabajando en la capacitación de nuestros productores vitivinícolas, como así también en todo tipo de información que ayude a nuestros asociados a tomar buenas decisiones y a tiempo.
En el año 2012, incorporamos el Observatorio de Economías Regionales para darle a toda nuestra industria un servicio de datos actualizados, de lo más variado, y así cumplir con nuestro objetivo como asociación gremial: fortalecer la gestión de nuestras cooperativas y brindarles el soporte técnico necesario para que sigan liderando el mercado vitivinícola argentino, tal como lo hace nuestra insigne asociada, Fecovita y sus cooperativas.
Nos preocupan los problemas del sector agropecuario, no principalmente por sus aspectos económicos y productivos, sino por los problemas sociales que derivan de la expulsión de pequeños productores y, en consecuencia, de puestos de trabajo. Esto ocasiona migración rural hacia la urbe; nuestros hijos se van a las ciudades porque las unidades productivas rurales no generan una renta que permita ampliar la producción y mantener arraigadas a las familias.
Debemos tener presente que en nuestro país el 90% de la población es urbana y que, de esa población, el 60% solo está en cuatro ciudades (Buenos Aires, Rosario, Córdoba y Mendoza). Grave tema de política poblacional.
Cuando consideramos el tema de la desestructuración ambiental y de la desintegración del tejido social, que se está produciendo con aumento de las sociedades marginales y de las tasas de delitos, entonces nos damos cuenta de que estamos tocando aspectos del problema que no se resuelven con medidas coyunturales de superficie y que están más allá del crecimiento económico. Es cuestión de justicia general y de bien común.
“Existe una idea economicista que intenta explicar la prosperidad de acuerdo a los factores macroeconómicos, niveles de inflación o tasa de interés. El desarrollo no está asociado exclusivamente a esos indicadores. Existen investigaciones que muestran que hay factores extraeconómicos que pesan fuertemente en la sustentabilidad del desarrollo y la distribución de riqueza” (Amartya Sen, Primero la gente).
Hoy, uno de los temas principales que ocasiona diversos problemas sociales es la desproporción en la participación del precio final en la mayoría de los productos agropecuarios que se comercializan en nuestro país. Tenemos nuestras economías regionales empobrecidas y descapitalizadas, sobre todo en el inicio de la cadena de la construcción de un producto para su comercialización, es decir, en la producción.
Una política agropecuaria debe buscar, fundamentalmente, un crecimiento proporcional de todos los integrantes de la cadena, que obviamente no surge espontáneamente del mercado y, por eso, requiere una construcción integral del sector con la participación pública y privada.
El crecimiento proporcional se va realizando por sucesivas aproximaciones distributivas, desde lo general a lo particular, es decir, la distribución de la renta entre la producción primaria, la industria, el comercio, los servicios y los salarios. Si hay crecimiento, ningún sector debe retrasarse.
Para distribuir una renta, se deben “integrar las cadenas”. Es entonces cuando nos damos cuenta de que cada eslabón tiene una renta distinta y de que debemos construir instrumentos y mecanismos de redistribución interna. Toda la estructura de la producción ha experimentado un cambio que hace crujir la economía en sus cimientos. Actualmente, las economías son asimétricas, y por lo tanto, la distribución de la renta también lo es, y cada vez más.
La economía industrial y salarial, en la medida que va introduciendo tecnología y sustituyendo mano de obra, tiene, en consecuencia, dificultad para generar inserción laboral. En la producción agropecuaria pasa otro tanto; cuando introducimos tecnología, expulsamos pequeños productores hacia las periferias de las grandes aglomeraciones urbanas.
La integración debe priorizar los elementos sociales. Es el “eslabón primario” el que debe ser reforzado para que participe en mayor medida en la renta de la cadena. Esto tiene que ver con el arraigo de la familia agrícola, con el envejecimiento demográfico, con la descapitalización de las unidades productivas, etc.
Caracterizando bien los problemas, se ven con claridad los puntos que se deben ajustar para garantizar que el sector agropecuario no crezca menos que otras partes de la economía. También debemos considerar que el sector agropecuario es la “base primaria” de las actividades industriales y comerciales.
Si analizamos cómo se distribuye la renta en cada uno de los eslabones, veremos que esta guarda una relación con la concentración de capital que observamos en cada nivel de actividad. La mezcla de capital y trabajo es muy distinta en la actividad primaria, en la actividad transformadora, en la actividad comercializadora y en algunos servicios, como los financieros. Esa conformación de “la mezcla productiva” es la que va a determinar el ritmo de crecimiento y, por lo tanto, la renta de cada eslabón.
Se reproduce en las cadenas agroindustriales y agroalimentarias un fenómeno general de polarización de la renta. Es decir, en una misma actividad, los eslabones que están más cerca de la producción primaria (si hay cadena) tienden a rezagarse y los que están en la comercialización, o representan otros servicios a la producción, tienden a adelantarse. Esto lo vemos en todas las cadenas: la leche, el trigo, la carne, la fruta, el vino…
En los sectores donde existe una cultura de la asociación y de la integración, esas polarizaciones se ven atenuadas. Las cooperativas, por ejemplo, tienen esa cultura de la asociación y constituyen un puente entre las actividades económicas y las necesidades de las familias y de las instituciones que ellas conforman.
Pensamos que las cooperativas pulsan, al mismo tiempo, los requerimientos del mercado y las necesidades sociales a través de la cultura de la asociación y de la distribución de las ganancias, que son el fruto de un esfuerzo compartido. Donde hay movimientos cooperativos, las polarizaciones del mercado se atenúan.
También hemos observado que el movimiento cooperativo se constituye en la columna vertebral de la institucionalización, de una estructura sectorial que tiende a articular y a representar todos los elementos que conforman un ramo de producción.
Debemos considerar los instrumentos que nos permitan distribuir la renta de la cadena entre todos los eslabones. Esto no se realiza espontáneamente, sino que se construye desde una política para el sector y desde una política económica que asegure el crecimiento proporcional, después de cada expansión productiva.
Por lo tanto, debemos aplicar las medidas correctivas fiscales y en los costos laborales para mejorar la rentabilidad, pues no nos olvidemos que nuestras economías regionales son de ocupación de mano de obra intensiva.
Creemos que es hora de ir desarrollando, además, “economías de doble ingreso”, también llamadas de “dos factores”, en la cuales los productores primarios logren de su producción una “inversión” y “capitalización” en la renta de la cadena. Tema a desarrollar.
A su vez, se debe promocionar, del mismo modo, incluso desde la educación formal, el espíritu asociativo que ayuda al proceso económico evitando la concentración económica.
En ese sentido, personalidades del mundo, como Bernardo Kliksberg, pionero de la gerencia social, la responsabilidad social empresaria y el capital social, y Amartya Sen, Premio Nobel de Economía 1998, en su libro Primero la gente, escriben sobre la posibilidad del desarrollo y distribución de la riqueza, resaltando la capacidad de una sociedad para construir formas de cooperación.
En definitiva, protejamos a los dos actores fundamentales de esta partida: al productor y al bolsillo del consumidor.

Dr. Carlos Iannizzotto
Productor Vitivinícola Cooperativo
Vicepresidente de Coninagro

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